Conferencia del Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, titulada "Estado, mercado y equidad, un nuevo equilibrio".
México, D.F., 26 de julio de 2012.
Presentador: Para continuar hablando sobre Estado, mercado y equidad y el equilibrio entre ellas, el doctor José Miguel Insulza, nos acompaña.
José Miguel Insulza: Muy buenos días.
Quiero empezar por agradecer la posibilidad de estar presente en esta nueva reunión del Círculo de Montevideo.
Igual que lo dijo esta mañana el Presidente Calderón, la convocatoria me entusiasmó, no solamente por la innegable calidad de los participantes, la posibilidad de interactuar con ellos; sino por la forma en que está planteado el tema.
Y lo que ya hemos escuchado esta mañana, tenemos dos cosas absolutamente claras: Primero, que el mundo está en tránsito y, segundo, que no sabemos para dónde va. Y ciertamente eso es lo que motiva a este debate.
De lo primero es claro, basta con mirar las transformaciones que ha vivido nuestro mundo en los últimos 20 años, hablar de globalización es demasiado general talvez.
Solamente un recuerdo: El Internet, el comercio del internet tiene 16 años de antigüedad, se ha convertido para todos los presentes en un recurso indispensable en sus vidas y seguramente pronto será superado como van siendo superados cada una de las empresas que surgen en este plano van a desaparecer en pocos años.
Los avances de la ciencia, de la física, el otro día un inmenso descubrimiento en el Centro de Estudios Europeos, sobre algunas teorías sobre la existencia o sobre el inicio del universo, en la medicina, en todas partes.
Sin embargo, este enorme avance que hemos tenido en los últimos 20 años, diría yo, más o menos desde el fin de la Guerra Fría que nos muestra que estamos en clara transición hacia nuevas formas de convivencia, se enfrenta con una seria paradoja que alguna vez nos planteó el Presidente Bill Clinton, lo recuerdo muy bien, en una reunión del Foro Económico Mundial.
Y es que a pesar de todas estas cosas maravillosas y algunas otras que agregaré, la humanidad no ha dado aún con la forma de impedir o de conseguir que los casi siete mil millones de seres humanos que lo habitan superen los enormes niveles de pobreza y desigualdad que existen entre ellos, sigan ejerciendo la violencia entre y dentro de sus sociedades y continúan destruyendo el único planeta en que tienen la posibilidad de vivir.
Esas tres preguntas son claras para entender probablemente muchas de las racionalidades que existen en nuestro mundo.
Y la pregunta que les hacía Felipe hace un momento de: ¿Por qué no piensan como las personas normales?
¿Sí es cierto que al mundo le está yendo tan bien, por qué tanto crimen y tanta guerra?
¿Por qué se sigue destruyendo el medio ambiente si ya sabemos lo que está pasando?
¿Y por qué somos incapaces no solamente de superar la pobreza? Que sí se ha reducido de manera importante, relativamente importante, pero sobre todo somos capaces de aumentar la desigualdad que es uno de los grandes males de nuestro tiempo.
El problema, además de que tenemos otro factor favorable, una democracia sin precedentes. La democracia de fines del Siglo XX, comienzo del Siglo XXI no es ya la democracia como forma de gobierno, sino que dotada de un contenido ético que nadie puede legitimar o relativizar.
Ya no se defiende en forma de gobierno alternativo, no se pide legitimidad ni para las dictaduras proletarias, ni para las democracias protegidas.
Y a pesar de esto las democracias antiguas y nuevas y extendidas enfrentan graves problemas de consenso interno, es lo que hemos visto aquí; no hay consensos internos de cómo enfrentar la más grave crisis que nos ha tocado vivir y no aciertan a encontrar ni individual, ni mucho menos colectivamente, el rumbo para estabilizar sus mercados ni sus sociedades políticas.
El sello de hoy no es el consenso, es el disenso político; otra característica de la crisis actual, y amenaza también, en algunas partes del mundo, a convertirse en confrontación social, ideológica, religiosa o étnica en distintas sociedades.
Probablemente, a la falta de rumbo conduce también el hecho de que si bien es cierto que la economía de mercado en sus distintas formas adquirió y mantiene una fuerte hegemonía, ya antes de la crisis habíamos presenciado la desaparición de las ideologías más extremas en esta materia.
En nuestro siglo ya se ha abandonado la pretensión de que el mercado pueda resolver todos los problemas, especialmente los de carácter social, y mucho menos de que esté en condiciones de ejercer funciones arbitrales que son reservadas a la política pública, cosa que se decía a principio de los 80; que era un tema que había que secuestrar del ámbito público y entregar completamente al ámbito privado.
Y los enormes abusos cometidos por importantes actores empresariales o financieros, en el marco de la crisis, generan nuevas demandas hacia una dirección económica y social mucho mayor de lo que hasta hace muy poco se consideraba aceptable.
El mito de la autorregulación y la toma de decisiones racionales, ha dado lugar a una mayor demanda de regulación, pero no se toman decisiones sobre esto y estamos al borde de una crisis muy grave; comparto plenamente lo que aquí se ha dicho.
Una nueva recesión en la economía norteamericana y en la economía europea, que constituyen en su conjunto no solamente el comercio, constituyen en su conjunto el 50 por ciento de la economía mundial; nos arrastraría a todos.
En esta misma línea podemos hablar un poco de nuestra región, de América Latina. Algunos de los temas se aplican mutatis mutandi a América Latina. Nuestra región vive hoy un período democrático sin precedentes; con una sola excepción, sus gobiernos han sido elegidos por medio de elecciones democráticas, libres y transparentes.
Y aunque muchas prácticas a veces parezcan dudosas, hay una realidad que no lo es: los o las que gobiernan nuestros países son los que obtuvieron más votos en elecciones democráticas. Eso no había ocurrido nunca hasta hace unos 15 años atrás.
Hay, además, un nuevo optimismo en lo económico, se ha dicho aquí, a pesar de que la crisis financiera continúa, los principales centros mundiales, América Latina, claro, unos países más que otros, han tenido que generar un buen desempeño y eso, además, ha repercutido positivamente en las cifras de pobreza, que han disminuido de un 42 por ciento el año 2002, a menos de un 33 por ciento una década después.
Y así como pagar, decía Felipe, hay que crecer; para reducir la pobreza también hay que crecer. En la misma década, América Latina creció más que en las dos décadas anteriores juntas.
Elecciones democráticas, crecimiento a pesar de la crisis, avances sociales, parecerían la receta de una nueva era de estabilidad y, sin embargo, la realidad política de nuestra región nos demuestra es un grado importante de insatisfacción con la democracia y sus resultados, insatisfacción que tiene distintas expresiones, pero que se expresa tanto desde la sociedad, como desde las élites políticas.
La sensación es que tenemos más política democrática pero que esa democracia se encuentra amenazada por algunos factores estructurales que de mantenerse pueden llevar a la región a una desdemocratización por ser la persistencia de estos factores incompatible con la idea democrática misma.
Yo quiero referirme por lo menos a tres de esos factores, probablemente de manera algo desigual en la extensión de su tratamiento.
Creo que, en términos generales, uno puede decir que hay tres aspectos que son incompatibles con una democracia real: El primero es el gran problema de la desigualdad.
Usted dice que nuestro Continente es el más desigual del mundo -¡cuidado!, no el más pobre- pero el mismo hecho es que hoy la pobreza todavía está en un 33 por ciento por el crecimiento que hemos tenido y con el desarrollo que hemos tenido a lo largo del Siglo, ya es significativo.
Pero es un fenómeno más complejo porque existen sectores cada vez más amplios que se califican como de ingresos medios pero que están muy lejos de alcanzar el promedio al ingreso nacional.
La brecha que separa nuestra región a los extremos de la escala de ingresos repercute en su mayor o menor acceso al mercado, pero también en su acceso a educación, a salud, a vivienda y hasta seguridad pública.
Las policías privadas en América Latina tienen un número que supera en 3 a 1 a las policías públicas y ciertamente esa policía privada atiende solamente a ciertos sectores de la sociedad.
La desigualdad no es solamente una diferencia de ingreso, esa diferencia ya es enorme; más bien es una diferencia en la calidad de la escuela, en la calidad de la Universidad.
En mi país cuando se postula uno a un trabajo, hay que decir no solamente a qué Universidad fue, sino a qué escuela primaria y a qué escuela secundaria fue.
En la atención de salud que se recibe; lo mismo en la vivienda y en las condiciones sanitarias en las que se vive, en la mortalidad infantil y la esperanza de vida, en la cantidad y calidad de policías que custodian la seguridad de unos y otros.
En realidad una república democrática no es compatible con las situaciones de -cito- “desigualdad categórica”, un concepto de Charles Stirling que existen en muchas de nuestras sociedades.
No tenemos ciertamente sociedades de castas ni exclusiones jurídicas pero la gran mayoría de las poblaciones indígenas y afroamericanas son pobres, como lo es también un número desproporcionado de hogares monoparentales encabezados por una mujer.
Cuando la condición de desigualdad persiste y se agrava en todos los planos de la vida pública, la igualdad de oportunidades -que es esencial en una democracia vigorosa- se ve seriamente amenazada y mientras más se respeta el derecho a voto y el derecho a decidir, más amenazada está porque la gente entiende sus derechos y los va exigiendo cada vez más a través de la política.
Mal de muchos, consuelo de tantos, “o de tontos” dicen otros. Este es un problema que se agrava en todas las sociedades y muy especialmente se agrava en algunas de las más desarrolladas.
Las últimas cifras de la OCDE muestran, por ejemplo, que Estados Unidos, por mucho tiempo considerado el país de las oportunidades, tiene hoy uno de los Coeficientes de Gini más negativos de las economías industrializadas.
Más impactante talvez es saber que mientras en 1978 el uno por ciento más rico de los norteamericanos se adueñaba del 9 por ciento del PGB, 30 años después, en 2008, cuando comenzaba la crisis, esa cifra había subido al 23 por ciento. O sea, el 1 por ciento más rico de los norteamericanos era el año 2008, dueños del 23 por ciento de la riqueza del país.
El dato curioso, no tan curioso, es que esta cifra coincide con la de 1928, el año anterior al comienzo de la gran depresión de 1929. Entre paréntesis, por si no lo digo después, en América Latina entre el 2 y el 3 por ciento de la población es propietaria del 40 por ciento del Producto Geográfico Bruto de América Latina.
¿Este es un fracaso de la economía de mercado?
¿Es producto de las políticas de desingratización practicadas sistemáticamente en las últimas décadas?
¿Es un producto de los cambios en la estructura tributaria, que con la justificación de atraer más inversiones han rebajado sistemáticamente las tasas de impuestos a los ingresos más altos?
No tengo conocimiento suficiente como para responder a estas interrogantes, pero es interesante recordar que la misma OCDE señalaba en 2008 que mientras en Europa el Coeficiente Gini en bruto se reducía visiblemente después de impuestos, en América Latina el Coeficiente Gini es prácticamente el mismo antes y después de impuestos.
Por lo tanto, los impuestos ciertamente no contribuyen a disminuir la desigualdad.
Ahora, en la sociedad del conocimiento, en la actual, en la forma de producción actual de la economía global, la posibilidad de variar sustantivamente esta distribución negativa no está sólo ni principalmente en el mercado, en realidad la evidencia que nos proporciona el mercado laboral no es alentadora, mientras la demanda por profesionales, técnicos y gerentes de alto nivel da lugar a veces a sumas cada vez mayores y a veces hasta desorbitantes.
Hace poco una de las empresas líderes de la nueva economía anunciaba la contratación de una joven CEO por un salario de 75 millones de dólares al año, sin hablar siquiera de cuáles eran los resultados que tenía que entregar para obtener esos 75 millones de dólares.
Pero la realidad en el mercado del extremo inferior es cada vez peor, ciertamente algo se podría mejorar intentando regular las remuneraciones en las empresas, pero las ganancias exorbitantes responden a los resultados efectivos y, por lo tanto, la realidad es que la mano de obra no calificada obtiene remuneraciones cada vez inferiores si se deja esto al mercado.
En el mundo de hoy, por lo tanto, se puede fijar un salario mínimo y no el salario máximo, en todo caso.
Las respuestas están en verdad en políticas públicas, la revisión efectiva de los sistemas tributarios para hacerlos más justos y progresivos. Una política laboral que reponga alguna capacidad responsable de asociación y muy especialmente la existencia de sistemas sociales de salud, de educación, de vivienda y de seguridad, que sean efectivamente redistributivos y no regresivos.
Son algunas formas en que podemos ampliar nuestra democracia, haciendo que más gente se sienta participante de ella.
La verdad es que además en algunos de nuestros países, aparte de estos sistemas, existían germinalmente, en algunos casos de manera más amplia y en otros de manera algo inicial; hasta que el pacto social anterior se rompió en el mundo entero, hace algo más de tres décadas atrás.
Me refiero, por cierto, al pacto social que salvó al sistema capitalista, y a la sociedad democrática de la barbarie que la amenazaba en la primera mitad del siglo pasado.
Cuando los fanatismos de entonces parecían apuntar a una opción imposible entre el fascismo y la colectivización forzosa y en medio de una crisis mundial que según se dice, es más grave que la que tenemos actualmente, todo parecía apuntar a la desaparición definitiva de la democracia.
Esta se revigorizó a través de formas políticas que permitieron compatibilizar la economía de mercado. La economía de mercado con ganancias, con utilidad, con ricos, con la obtención de conquistas sociales que permitieron extender la democracia, también en muchos países de nuestra región.
Por cierto, quienes consiguieron estas formas políticas, este gran pacto, entendieron bien que detrás de los totalitarismos estaba la enorme frustración de sectores populares y clases medias con un estado de cosas que no les daba acceso a los bienes que ellos creían que su trabajo debía proporcionar.
El tema está, por lo tanto, en las políticas públicas y en las crisis de la política, no es por consiguiente de fácil solución. Por una parte tenemos estados más débiles, y por otra parte, el último latin barómetro nos muestra que el 74 por ciento de los latinoamericanos está convencido de que el Estado tiene hoy fondos o recursos suficientes para superar la mayor parte de estos problemas y atribuye el hecho de que no se logren más bien a la falta de acuerdo y a los intereses que controlan esos Estados.
Por lo tanto, tenemos una brecha, por así decirlo, de recursos y tenemos también una brecha de confianza.
Permítanme terminar refiriéndome a esto después de mencionar el segundo gran, por lo menos mencionarlo, el segundo gran tema estructural que tenemos que enfrentar.
En primera es la desigualdad, el segundo es ni más ni menos que el problema de la violencia y el crimen, es todo un continente que no tiene guerras hace mucho tiempo y sin embargo, tiene tasas de muerte por violencia, por armas de fuego, mayores que ningún otro continente en el mundo de lejos, y sus tasas de criminalidad están también en las más altas, sus tasas de homicidios.
Lo que hace más grave este problema, curiosamente esto ha producido en las últimas décadas una cierta alarma, todo el mundo habla de este tema del cual antes no se hablaba. Voy a dar un dato que voy a hacer no tan negativo: Hace 10 años atrás, las tasas de criminalidad eran prácticamente iguales a las que tenemos ahora, las tasas de homicidio me refiero, que son las más confiables en este plano, no todos los delitos se denuncian de igual manera.
Lo que ocurre es precisamente que hoy día existe alarma ciudadana con esto, recuerdo que en una encuesta sobre este tema que me tocó conocer cuando era ministro del interior, el Presidente Lagos, por cierto, que señalaba cuando la pregunta: “¿A qué le tiene más miedo en su vida diaria?”, decía: “A los narcotraficantes que venden drogas en las esquinas de mi casa a los sectores populares”.
Por lo tanto, esto es un primer factor de inestabilidad, pero también lo es el hecho de que hoy día enfrentamos una ola criminal mucho más organizada, poderosa y cara que nunca.
Y otro factor, que es completamente contrario al concepto de democracia, es la existencia en la sociedad de grupos organizados que se rigen por sus propias leyes y no obedecen las leyes del conjunto de la sociedad.
El tema del crimen organizado, el tema de la criminalidad en nuestra región es un tema ciertamente complejo, delicado.
Pero quiero terminar con el punto siguiente, que es el tema de la política.
Se habla mucho, hoy día, incluso aquí se ha hablado hoy de la economía de las cadenas de valor, que asocian a determinados sectores de la economía a lo largo del aspecto económico hasta un producto final.
En la política existen las cadenas de confianza y las cadenas de confianza atraviesan al conjunto de la sociedad para forjar consensos políticos y acuerdos políticos que son posibles.
En nuestra región hoy días las cadenas de confianza parecen estar rotas, existe una falta de consenso político muy grande en numerosos países, que además está provocada por muchos otros temas, pero están provocadas fundamentalmente también por la falta de un respeto riguroso de las reglas de la democracia, que cada vez son modificadas, arregladas, interpretadas o desarrolladas a lo que uno le conviene, aunque sea exactamente la forma distinta de como las interpretaba 10 años antes.
Tenemos una crisis de la política que no es menor, porque estoy también convencido que una sociedad política, una sociedad democrática -es el tercer punto- no es compatible con la ausencia de cadenas de confianza, como las que existen en muchos de nuestros países, en que la división y el desacuerdo parece ser la principal insignia de la actividad política.
Que también es un problema global, puede ser; talvez somos, como se dice, somos la clase media de la nación, a lo mejor somos muy parecidos a los demás, pero creo que en la posibilidad de superar, a través de la política, estos males que hoy día aquejan a nuestra democracia, esté efectivamente hoy la posibilidad de fortalecerla.
Muchas gracias.
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